Un lugar en Su mesa
En una noche marcada por la tradición y el misterio, Jesús se sentó a la mesa con sus
discípulos por última vez. Era la Pascua, la fiesta que conmemoraba la liberación de
Israel de la esclavitud en Egipto. Sin embargo, esa noche no sería solo un recuerdo
del pasado; se convertiría en el inicio de algo trascendentalmente nuevo.
Jesús no improvisó. Todo estaba preparado: el lugar, el momento, y el mensaje.
Consciente de que su hora había llegado, Él tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo
entregó diciendo: “Esto es mi cuerpo, que por vosotros es entregado; haced esto en
memoria de mí”. Luego tomó la copa y habló de un nuevo pacto sellado con su
sangre.
En ese acto solemne, Jesús transformó el sentido de la Pascua. Ya no se trataba solo
de la salida de Egipto, sino de la liberación del alma de la esclavitud del pecado para
disfrutar de la libertad del Reino de Dios. El pan y el vino dejaron de ser simples
elementos de una cena ritual para convertirse en símbolos vivos de su cuerpo y
sangre, ofrecidos por amor en nuestro lugar.
De esta manera, Jesús nos mostró que lo que nosotros llamamos la Cena del Señor o
Santa Cena, y que algunos llaman Eucaristía, no es solo un ritual litúrgico, sino que
es una invitación a una comunión real con Cristo Jesús. Cada vez que nos acercamos
a la mesa, Él nos dice: “Recordadme, pero no solo con la mente; recordadme con el
corazón; con una vida entregada a mí. Haced esto como una expresión de fe, de
entrega, de amor.”
Pero la mesa también es un lugar de prueba. En medio de la intimidad, Jesús anunció
una traición: “La mano del que me entrega está conmigo en la mesa.” No todos los
que están cerca físicamente están cerca espiritualmente. La fidelidad no se mide por
la proximidad, sino por un corazón rendido a Dios. Por eso, debemos examinar
nuestro interior antes de participar, y no tomar a la ligera la invitación divina. Somos
llamados a participar de una forma digna; tras un auto examen que nos lleve al
arrepentimiento y a descansar en Aquel que, por la fe en su sacrificio en nuestro
lugar, nos hace dignos.
Hoy, tú y yo seguimos siendo llamados a esa mesa. Jesús sigue partiendo el pan,
sigue ofreciendo la copa, sigue llamando a cada uno a una profunda comunión con Él.
La Semana Santa, es una ocasión más para recordar lo que Jesús anunció en esa
última cena con sus discípulos y que se cumplió en la cruz.
A través de su sacrificio perfecto somos invitados a acercarnos a Dios con gratitud y
reverencia. La mesa está servida. El Cordero ya ha sido sacrificado para perdón de
nuestros pecados y se nos invita a celebrar con un corazón arrepentido y lleno de
gratitud. Como la sangre en los dinteles de las puertas, la sangre del Cordero nos
protege del juicio de Dios, porque Jesús fue el cumplimiento final y definitivo de la
Pascua celebrada por el pueblo judío durante generaciones.
Mientras Jesús celebraba una fiesta de profunda liberación, Él no solo compartió el
pan, sino que “se convirtió” en el Pan partido por nosotros. No solo alzó la copa,
sino que derramó su sangre. En la cruz, el Cordero perfecto ocupó mi lugar, para
que yo pudiera ocupar un lugar en su mesa.
“Porque nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros.”
1 Corintios 5:7b