reuniones PRESENCIALES. CULTO DOMINICAL DOMINGO 11.30h.
“Nada debe angustiarnos; al contrario, en cualquier situación, presentad a nuestro Dios vuestros deseos, acompañando vuestras oraciones y súplicas con un corazón agradecido”
QUIENES SOMOS
La Iglesia es el conjunto de personas que creen en Dios como su salvador personal y se juntan para celebrar este regalo y compartirlo con los demás.
Nuestra Iglesia lleva más de 60 años sirviendo en la Ciudad de Béjar a través de nuestras actividades
QUÉ CREEMOS
Aquí tienes descritos algunos fundamentos de nuestra fe. Si quieres saber más o empezar un estudio bíblico contacta con nosotros.
EXISTENCIA DE DIOS
Creemos en Dios como Creador y Soberano, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un Dios que nos conoce y nos ama, que tiene un plan perfecto y eterno para todo aquel que cree en Él.
SALVACIóN
Creemos en la Salvación por medio de la Fe, no por nuestras buenas obras sino por el sacrificio y resurrección de Jesucristo en la cruz, como un regalo de Dios para cada uno de nosotros.
Las obras son el resultado de una vida en sintonía con Dios.
ORACIÓN
La Oración es nuestro canal directo para hablar con Dios. Creemos que la vida cristiana es una relación personal con Él, ya través de la oración y Su Palabra podemos conocerle más cada día.
JESUCRISTO
Creemos en Jesús como Dios Encarnado, único Salvador y Mediador entre Dios y las personas. Creemos que murió (el justo por los injustos) y resucitó para pagar el precio de nuestra separación con Dios.
LA BIBLIA
Creemos en la Biblia como La Palabra de Dios dada al ser humano. Creemos que esta palabra sigue viva y nos habla a cada uno de nosotros. Consideramos el conjunto de su contenido como autoridad para nuestras vidas.
VIDA ETERNA
Creemos que la vida no termina al morir, y que mediante el arrepentimiento y la fe en Jesús tendremos una comunión perfecta y eterna con Dios.

Un lugar en Su mesa
En una noche marcada por la tradición y el misterio, Jesús se sentó a la mesa con sus
discípulos por última vez. Era la Pascua, la fiesta que conmemoraba la liberación de
Israel de la esclavitud en Egipto. Sin embargo, esa noche no sería solo un recuerdo
del pasado; se convertiría en el inicio de algo trascendentalmente nuevo.
Jesús no improvisó. Todo estaba preparado: el lugar, el momento, y el mensaje.
Consciente de que su hora había llegado, Él tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo
entregó diciendo: “Esto es mi cuerpo, que por vosotros es entregado; haced esto en
memoria de mí”. Luego tomó la copa y habló de un nuevo pacto sellado con su
sangre.
En ese acto solemne, Jesús transformó el sentido de la Pascua. Ya no se trataba solo
de la salida de Egipto, sino de la liberación del alma de la esclavitud del pecado para
disfrutar de la libertad del Reino de Dios. El pan y el vino dejaron de ser simples
elementos de una cena ritual para convertirse en símbolos vivos de su cuerpo y
sangre, ofrecidos por amor en nuestro lugar.
De esta manera, Jesús nos mostró que lo que nosotros llamamos la Cena del Señor o
Santa Cena, y que algunos llaman Eucaristía, no es solo un ritual litúrgico, sino que
es una invitación a una comunión real con Cristo Jesús. Cada vez que nos acercamos
a la mesa, Él nos dice: “Recordadme, pero no solo con la mente; recordadme con el
corazón; con una vida entregada a mí. Haced esto como una expresión de fe, de
entrega, de amor.”
Pero la mesa también es un lugar de prueba. En medio de la intimidad, Jesús anunció
una traición: “La mano del que me entrega está conmigo en la mesa.” No todos los
que están cerca físicamente están cerca espiritualmente. La fidelidad no se mide por
la proximidad, sino por un corazón rendido a Dios. Por eso, debemos examinar
nuestro interior antes de participar, y no tomar a la ligera la invitación divina. Somos
llamados a participar de una forma digna; tras un auto examen que nos lleve al
arrepentimiento y a descansar en Aquel que, por la fe en su sacrificio en nuestro
lugar, nos hace dignos.
Hoy, tú y yo seguimos siendo llamados a esa mesa. Jesús sigue partiendo el pan,
sigue ofreciendo la copa, sigue llamando a cada uno a una profunda comunión con
Él.
La Semana Santa, es una ocasión más para recordar lo que Jesús anunció en esa
última cena con sus discípulos y que se cumplió en la cruz.
A través de su sacrificio perfecto somos invitados a acercarnos a Dios con gratitud y
reverencia. La mesa está servida. El Cordero ya ha sido sacrificado para perdón de
nuestros pecados y se nos invita a celebrar con un corazón arrepentido y lleno de
gratitud. Como la sangre en los dinteles de las puertas, la sangre del Cordero nos
protege del juicio de Dios, porque Jesús fue el cumplimiento final y definitivo de la
Pascua celebrada por el pueblo judío durante generaciones.
Mientras Jesús celebraba una fiesta de profunda liberación, Él no solo compartió el
pan, sino que “se convirtió” en el Pan partido por nosotros. No solo alzó la copa,
sino que derramó su sangre. En la cruz, el Cordero perfecto ocupó mi lugar, para
que yo pudiera ocupar un lugar en su mesa.